Hola papá, quería escribirte esta carta para darte las gracias por todo y para decirte que no creo que haya ningún hijo en el mundo que pueda sentirse más orgulloso de su padre que yo. Alguno habrá igual, pero más, lo dudo mucho.
Muchas gracias por darme la oportunidad de vivir un momento tan bonito como el del domingo en St Andrews, en la Catedral. Muchas gracias por tu cariño, por tu apoyo, por tu esfuerzo para darnos siempre lo mejor. Gracias por ese abrazo final en el green del hoyo 18. Lo estoy recordando ahora mismo y se me ponen los pelos de punta. Recuerdo que te dije: “eres muy grande, papá”. No hacía falta que te lo dijera porque ya lo sabes, pero me salió de dentro, del alma. Eres muy grande.
Eres un ejemplo de superación, de dedicación, de esfuerzo, de trabajo, de entrega. Aún recuerdo aquel 30 de diciembre de 2012, cuando acabaste tendido en la nieve, con la rodilla rota y la cabeza llena de incertidumbre. También recuerdo que nosotros teníamos más dudas que tú. Siempre tuviste claro que ibas a volver y, sobre todo, que te ibas a dejar el alma en el intento. Por eso, cuando apenas siete meses después de la operación, y tras acabar cuarto en Wentworth, empezaste el British Open de Muirfield con birdie en el 1 y en el 2 no pude contener las lágrimas de emoción. Eres muy grande.
Sabes que no soy muy de llorar, más bien al contrario. Me gusta contenerme y no expresar mis emociones, sobre todo el campo de golf, tanto cuando estoy jugando como cuando lo estoy viendo, sin embargo el domingo en el hoyo 17 no lo pude evitar. Creo que no he gritado más en toda mi vida. Cuando metiste el putt de par pensé que se me iba a salir la campanilla por la boca. De hecho, todavía estoy ronco. Qué momento más bonito.
Esa explosión de alegría me recordó el Open de 2010, también en St Andrews. Yo estaba en la grada del hoyo 17 y no cabía un alfiler. Diste un mal tercer golpe y la pelota acabó junto al muro. Recuerdo que había más rough que este año. Cuando vi cómo te colocabas no daba crédito. ¿De verdad? Te pusiste contra el muro, de espaldas a la bandera y no me lo podía creer. Pensé que estabas loco y se me pasó lo peor por la cabeza. Ya verás, esto acaba en triple o cuádruple bogey… Pegaste el golpe contra el muro a rebotar hacia green y salió perfecta. Acabó en green, con un putt corto de bogey haciendo efecto de retroceso. Es el mejor golpe que he visto en mi vida en un campo de golf. La grada lo celebró como un gol, como si el Madrid hubiera marcado en la final de la Champions. Fue increíble.
Después del abrazo en el green del hoyo 18, se me pasaron muchas imágenes por la cabeza, especialmente una, en la parte de atrás del tee de prácticas de Guadalhorce. No sé si tú te acordarás. Estabas como siempre, pegando bolas, entrenando, mejorando y yo tenía tres añitos. Era un enano, pero tenía ya la fuerza suficiente para agarrar un palo de golf. De repente, llegaste con una madera que habías recortado y me la diste. Para mí. ¡Mi primer palo! Era una madera 4, pero de madera madera, creo que de McGregor y lo llamamos Makelele. Con él, tanto mi hermano Víctor como yo, pegamos nuestros primeros golpes. Aún anda por casa, aunque ahora mismo no sé dónde estará… Qué grande, Makelele.
Jamás olvidaré la cena después de ganar el Open en el Hotel Rusacks, el que da a la calle del hoyo 18. Fue algo íntimo, familiar, con tus amigos, los míos y Scott McCarron. Fue un momento maravilloso, repleto de alegría, de anécdotas, recordando golpes buenos y malos… Te pregunté por qué el domingo en el hoyo 5, donde hiciste birdie, optaste por patear desde fuera de green en lugar de aprochar y me dijiste: “en los links, cuanto más pegada al suelo vaya la bola, mucho mejor”. Una lección más.
El Open te la debía. Sé que tú nunca dirás algo así, pero para eso está un hijo, para decírtelo. El Open te la debía. Han sido muchos torneos arriba, muchos British liderando, cerca de ganar, como en St George’s, en Turnberry o en Muirfield… También momentos de mala suerte, como en 2015, que te tocó el peor turno de viento y agua en el Old Course y fue imposible. Sí, es un Open Senior, pero en la Catedral, en la cuna. Qué cosa más bonita. Qué emoción siento aún.
Como sabes, voy de camino al RACE, donde esta semana jugamos un torneo del Seve Tour. Estoy algo preocupado porque no sé si llegarán a tiempo mis palos. Los mandé a Ping para que retocaran el lie y no está claro si van a llegar. Por si acaso, me has dejado un juego de palos tuyo. Ya no tengo tan claro si quiero que lleguen mis palos porque estoy seguro de que los que me has dejado tú se saben la lección a la perfección, no hay que decirles nada.
En fin, papá, muchas gracias por todo, por ser tan grande y por inculcarnos esta pasión por el golf, la dedicación y el esfuerzo. No puedo estar más orgulloso de ti.
Padre e hijo posan en el Swilcan Bridge del Old Course con la Jarra de Clarete en la mano.